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¿Alguna vez te ha pasado que has evitado, ocultado, reprimido, resistido, fingido o luchado contra lo que sentías? Lo hacemos todo el tiempo; desde la mente, el ego, la razón, la apariencia, la hipocresía, las creencias, los pensamientos, los patrones, las programaciones mentales o las normas sociales, culturales o religiosas, establecemos lo que es digno o no de ser sentido. Como si el negarlo, ocultarlo, rechazarlo o luchar contra ello fuese a hacer desaparecer esos sentimientos. Queremos hacer ver hacia fuera lo que debe ser, no lo que sentimos realmente.

Es un comportamiento curioso del ser humano. ¿Te imaginas un perro que quiere mover el rabo o un pájaro que quiere cantar de alegría reprimiéndolo? ¿O un bebé triste fingiendo que está alegre? Sin embargo, ¿has visto algún humano ocultando su tristeza, reprimiendo su ternura, exagerando su alegría, mostrando con orgullo su ira, negando sus miedos? En cualquiera de sus versiones y situaciones, tenemos instantes infinitos en nuestras vidas para verlo todo el tiempo. Es la forma en la que la vida nos da la posibilidad de conocernos. Sin embargo, consideramos que las emociones son para controlar desde la razón según unos estándares permitidos de acuerdo a unas conductas aceptables.

A lo que me refiero es a reconocerlo, verlo, observarlo, para permitirlo ser en equilibrio. Las emociones, siendo algo tan natural e intrínseco a los seres vivos, es la gran asignatura pendiente, olvidada por todos. Desde la cabeza, mente racional, decidimos si ese sentimiento es bueno o malo para ser sentido. Lo bueno y malo siempre será relativo, en base a lo que dicte el ego o la razón en cada momento. Podemos rechazarlo o exagerarlo o solo permitir sentirlo.

Consideramos que las emociones son para controlar desde la razón según unos estándares permitidos de acuerdo a unas conductas aceptables.

Sentir desde la honestidad

Somos seres sintientes, no podemos evitarlo, ¡sentimos! ¿Por qué actuamos como si no lo fuéramos? ¿Hay miedos detrás? ¿Miedo al rechazo, al juicio? ¿Miedo a la falta de aceptación? ¿Miedo a no ser amado? ¿Por qué considerar a unos sentimientos dignos de ser sentidos y a otros no? ¿Quién me lo impone? ¿A quién evito? ¿Me ayuda o me hace daño? ¿Me nutre o me intoxica? ¿Me sana o me enferma?

Vamos de la alegría a la tristeza, de la calma a la rabia, del amor al miedo, de la ternura a la aspereza. Cualquier sentimiento en defecto o exceso nos genera desequilibrio. Permitirse sentir es bajar en línea recta de la cabeza al corazón. Permitirse sentir sin juicios internos, sin etiquetas de bueno o malo; sentir lo que es, lo que está. Permitirse sentir te libera, te permite soltar, dejar ir: te permite ser. Observar el sentimiento, permitirlo (aceptarlo) sintiéndolo como llega, siendo consciente de él y haciéndolo con honestidad, nos permitirá conocernos, aceptarnos, descubrir nuestra luz y nuestra sombra, lo que nos gusta y lo que no.

Permitirse sentir te libera, te permite soltar, dejar ir: te permite ser.

El sentimiento que me gusta puede que lo exagere cuando se manifiesta en exceso, bien porque culturalmente o socialmente está aceptado o bien porque mi creencia, pensamiento o mi forma de ser (ego, personaje con el que me identifico) lo considera adecuado. O también puede que lo niegue y lo oculte, resista o luche en su contra porque está entre lo que no me gusta, lo que no es correcto y lo considero malo o no digno de ser sentido. El sentir nos revela nuestras emociones (e-moción, energía en movimiento). Negar o exagerar los sentimientos y nuestras emociones es negarnos a nosotros mismos. Ahí vuelve hacernos falta la honestidad. Ser honesto con uno mismo a veces puede doler, porque nos dejará ver nuestra parte oscura, aquello que negamos de nosotros y solo vemos fuera, en los demás. Practicar la honestidad es una experiencia reveladora. Permitirse sentir cada emoción nos dejará conocernos, descubrirnos, ser auténticos, estar en armonía, en equilibrio con nosotros mismos.

Reconocer las emociones

Podemos resumir lo que sentimos en 5 emociones básicas:

  • El miedo
  • La tristeza
  • La alegría
  • La rabia, ira, enojo (arrogancia, prepotencia)
  • La ternura, dulzura

Reconocerlas, vivirlas, sentirlas, dejar que te atreviesen, sin conceptualizarlas desde la razón, es la manera de permitirte ser.

La emoción no se estudia por conceptos, se aprende por inmersión, según la predisposición a sentirla o reprimirla. Cuando una emoción perdura en el tiempo determinará nuestro estado de ánimo.

Las emociones podrán estar en defecto, exceso o equilibrio. El equilibrio de cada emoción siempre te llevará a la integridad de lo que eres.

Las emociones las aprendemos en la niñez y las podemos desaprender. Podemos, de forma consciente, observarlas, permitirlas para equilibrarlas y así descubrirnos, conocernos y reconocernos. Son reveladoras.

Sin emoción no actúo, me paralizo o sobreactúo, escenifico quién quiero mostrar y no soy para ocultarme, en la búsqueda de lo que tanto anhelo: aceptación, amor. Observar la emoción, sentir de dónde viene, dónde la siento físicamente, permitirla con honestidad te dejará verte y aceptarte. Lo de afuera vendrá después.

Cada emoción, en defecto o en exceso unida a lo que perdure en el tiempo, tendrá su reflejo físico, emocional. Le llamamos pérdida de salud, síntomas. Solo cuando están alineadas contigo, con tu verdadero yo, en equilibrio, integradas, se reflejan física y emocionalmente como salud.

Cada pensamiento nos genera un sentimiento, una emoción, una decisión, una actuación, una expresión y todo ello va conformando nuestras vidas.

Según nos vamos nutriendo así serán nuestros pensamientos, nuestras emociones, nuestras vidas. Si el alimento es nuestra fuente de energía que nos nutre o intoxica, ¿cuánta relación crees que hay entre tu alimento y tus emociones? ¿Puede la forma de alimentarte cambiar tu vida? ¿Puede tu alimento cambiar tu sentir? Te invito a dar respuesta a todas estas preguntas ofreciéndote mi guía como Health Coach.

Yolanda García

Health Coach por el IIN (Institute for Integrative Nutrition of NY)

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